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Alejandro Malaspina, el explorador ilustrado

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Ilustración de Descubierta y Atrevida, las dos corbetas en las que Malaspina llevó a cabo su expedición

Fue un marino listo. Un lobo de mar. Alejandro Malaspina fue el buscador de gloria perfecto en el momento perfecto, en los tiempos de la expansión colonial. Seductor, líder, comprometido, culto, riguroso, osado y, sobre todo, muy vanidoso. Nació cerca de Parma en 1754 y con 19 años ya era cadete de la Escuela de Guardia Marinas de Cádiz, lo que le permitió participar en combates navales donde pudo demostrar a sus superiores militares el valor que atesoraba para enfrentarse a pruebas extremas. Capitaneó la fragata Astrea, que dio la vuelta al mundo entre 1777 y 1779. Tiempo de hastío suficiente para encajar su ambición personal con las necesidades del Imperio, que tras años de conquista sufría un bloqueo de conocimiento. América era un gigantesco territorio inexplorado, donde incontables especies de flora y fauna desconocidas crecían como por ensalmo.

Con la Ilustración llegó a su plenitud una idea del progreso asociada a la expansión del saber, a las ciencias naturales. La corona española puso fin a los viajes de aventura y fe, para impulsar su influencia mundial en descubrimientos de botánica, zoología, geología y también cartográficos. La carrera del conocimiento había comenzado. 

La expedición de Malaspina zarpa en 1789 del puerto de Cádiz y pone proa al Río de la Plata. Dos corbetas de 33 metros de eslora y 306 toneladas de peso, Descubierta y Atrevida, más de 200 hombres en su interior —entre ellos pintores y naturalistas— y por delante un mundo por descubrir. El motivo oficial era estudiar en profundidad las peculiaridades de las colonias. El objetivo real se centraba en recabar información política y estratégica del planeta, con el fin de superar los éxitos que comenzaban a obtener británicos y franceses en su expansión colonial. Fue un espía ideal. Mientras unos estudiaban, él acaparaba datos estratégicos para un imperio en decadencia como el español.

Cuando Malaspina regresó a España, fue recibido como un héroe, casi como un cruzado de la Edad Media. Sus oficiales fueron condecorados con destacados cargos políticos. El capitán José Bustamante y Guerra fue nombrado gobernador de Montevideo. El cartógrafo Juan Gutiérrez de la Concha alcanzó la gobernación de la provincia argentina de Córdoba. El teniente de fragata Francisco Xavier de Viana ocupó el Ministerio de Guerra de la provincia del Río de la Plata.

La expedición fue inmensa. Rastrearon el Río de la Plata, las costas patagónicas, las Islas Malvinas, la Isla de Guam, las Filipinas y la Polinesia, donde recabaron datos inéditos de 14.000 especies desconocidas de plantas, realizaron 900 ilustraciones, entre ellas gran parte del litoral atlántico, y estudiaron 500 especies de animales. Y aunque la estrella de su artífice fue apagada por las intrigas palaciegas durante mucho tiempo, el éxito de sus descubrimientos colocan a Malaspina a la misma altura de exploradores como James Cook o Louis Antoine de Bougainville. Su historia tuvo que ser reescrita.

El culpable del injusto olvido fue Manuel de Godoy, el hombre más influyente en la corte de Carlos IV y un envidioso patológico. Temía que el prestigio alcanzado por el marino italiano amenazara el inmenso poder político que amasaba, y convenció al rey para ordenar su destitución y su ingreso en prisión. A partir de ese instante, la poderosa e ilustrada expedición de Alejandro Malaspina comenzó a acumular polvo en el fondo de un cajón. Todo se olvidó durante un siglo. Hoy existen más de 600 publicaciones relacionadas con los aportes científicos y artísticos de la expedición Malaspina, entre ellas una extraordinaria panorámica del Puerto Deseado, la primera representación en colores de un lugar del territorio argentino.

De aquel instante, Malaspina escribe: “Más felices en sus tareas los señores Pineda y Née, habían aprovechado todos los instantes para aumentar sus respectivas colecciones científicas; el primero, adicto particularmente al examen de piedras, de las conchas, de los cuadrúpedos y de las aves, encontró tan crecido número de curiosidades que podían muy bien suministrarle material de estudio en la siguiente campaña algo dilatada alrededor del Cabo de Hornos. Don Luis Née, con su acostumbrada perspicacia, constancia y asiduidad, logró, a pesar del semblante árido que tenían aquellos contornos, recoger muchas plantas de una rareza y méritos singulares”. El Jardín Botánico de Madrid es una excelente representación de aquello que observaron. Un lugar de encuentro. La fusión natural entre los mundos.

Malaspina pasó siete años en la cárcel y fue puesto en libertad gracias a la mediación del vicepresidente de Italia. El marino y explorador regresó a Massa-Carrera para morir en Pontermoli en1810.

Tres cuartos de siglo más tarde, España decide restaurar su nombre y, sobre todo, se comienza a divulgar la gran aportación que su expedición supuso para la ciencia. Las sorpresas que se encontraron deberían ser destapadas en otro momento. Con pausa y más dedicación. Dan para muchas palabras, para muchos suspiros. Malaspina no merece que vuelva a olvidarse sus instantes de pasión. Él fue un explorador ilustrado.

Gorka Castillo

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